TAMARA DE LEMPICKA (1895 (?) -1980)
Ella era libre. Libre ante todo. Al volante del famoso Bugatti verde de su autorretrato, (que, en realidad, nunca tuvo), se convirtió en un icono de la mujer liberada, de la mujer voluptuosa junto a una máquina que, siendo símbolo de la masculinidad, le dio sin embargo un aspecto poderoso, fuerte y autosuficiente. Sus pinturas, figuraciones de marcado contraste, entre neoclásicas y postcubistas, encajaron perfectamente entre la burguesía de la época, lo que la convirtió en una celebridad en vida. Éstos compartieron sus claras muestras de erotismo, alusión a una vida sexual que no hacía distinciones entre mujeres y hombres, y fruto de la que son muchos de sus retratos y desnudos.
Desatada pero calculadora, le atraía la vida de las clases altas y tenía claro que quería triunfar y vivir entre ellos. Para ello se esforzó por entrar en los círculos aristocráticos, a quienes quería tener como clientela y de quienes realizaba, exclusivamente, sus retratos. Renegó de quienes “no eran nadie” hasta casi el final de su vida, y seaplicó en acercarse siempre a quien le convenía. De cualquier modo, sus comienzos no fueron fáciles, y trabajó duro, con constancia y astucia, para llegar a tener ese lugar en laélite, dejando tras de sí una obra que la encumbró como la mujer modelo de su época.
Tamara de Lempicka, la “bella polaca”, llegó a París desde Rusia en 1923 junto con su marido Tadeusz Lempicki, huyendo del bolchevismo. Allí pasó una época de hambre como emigrante, viviendo en una pequeña habitación alquilada. Mientras que su marido leía novelas policíacas, ella, aconsejada por su hermana mayor, decidió ganarse la vida como pintora, arte que había practicado anteriormente, e ingresó en la Académie de la Grande Chaumiére, donde impartían clases gratuitas. Por esta época tuvo a su hija Kizette, que más tarde publicaría un libro biográfico sobre su madre. Eligió un estilo entre neoclásico y postcubista, que la alejaba de los problemas de las mal acogidas vanguardias de entre guerras, y la acercaron a la burguesía. André Lhote le enseñó a observar a Ingres en sus desnudos y deformaciones, que Tamara reproduce en sus cuadros en varias ocasiones. A diferencia de él, ella ensalza el erotismo de los modelos, utilizando para ello finas telas pegadas a la piel, vestidos de finos tirantes casi caídos, o pliegues de ropa que dejan entrever trozos de sedosa piel. “Yo fui la primera mujeren pintar con claridad y limpieza; ésa es la base de mi éxito”, le comentó en una ocasión a su hija.
Planeó comprar un brazalete cada dos cuadros vendidos, y así colmarse de joyas que la ayudaran a entrar en círculos más altos. Tenía energía, era vibrante. Frecuentaba los núcleos de poder y celebraciones de las clases altas, procurando conocer y mantener contacto con importantes figuras del panorama social. Con el tiempo, acabó teniendo un lugar privilegiado entre los artistas preferidos de éstos, y su casa, sus maneras, sus ropas y sus fiestas eran seguidos con atención por la prensa.
Se divorció de su marido, quién le resultaba aburrido y estúpido, y que sufría la vergüenza de ver numerosos retratos de hombres y mujeres, amantes de su esposa. El retrato que había empezado de él quedó inacabado, a modo de venganza, se dice, de la propia Tamara. Más tarde se casó con el barón Raoul Kuffner, quien le otorgó su ansiado título y le proporcionó la vida que tanto había deseado. Ante el peligro del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y siguiendo el consejo de Lempicka, Kuffner vendió sus pertenencias y terrenos en Europa, y marcharon juntos a Estados Unidos. Allí Tamara pasó a ser “la baronesa Kuffner”, hasta que, con ayuda de los recursos con los que ahora contaba, organizó un concurso de belleza en Los Ángeles, a cuya ganadora se la escogería para posar para uno de sus cuadros, y acabó por ser la retratista preferida de las estrellas de Holliwood de la época. Poco a poco, y con los cambios en la moda y la importancia que la abstracción cogió con el tiempo con la llegada de los exiliados a causa de la guerra, muchos de ellos representantes de este movimiento, Tamara trató sin remedio de renovarse, exponiendo por última vez una serie de cuadros que pasaron inadvertidos y crearon indiferencia.
Tras su muerte, su hija esparció, por deseo de la artista, sus cenizas sobre el cráter del Popocatépetl, en México, un volcán que, como ella, nunca dejó de estar inactivo.
“No hay milagros. Sólo hay lo que cada uno hace.”
- T. de Lempicka